El futuro está a la vuelta de un click
A principios de septiembre el diario especializado en economía y finanzas estadounidense, The Economist, presentó una nota elocuente e impactante. Reunieron la voz de 50 especialistas en diversas áreas para analizar qué futuro nos espera en estas nuevas sociedades ya curtidas por la pandemia y qué cambios se avizoran a corto y mediano plazo.
En asuntos de industria cultural, porción de las dinámicas y prácticas de audiencias que mueven millones, y son hoy uno de los ejes de los virajes tecnológicos, The Economist anuncia en el punto 6 de su listado -según traduce la agencia Quadratín-: “Todo lo rutinario se vuelve virtual y en esquema de suscripción. Desde iglesias, arte, gimnasios, cines, entretenimientos. A veces iremos a esos espacios físicos, pero la baja demanda no permitirá mantener las infraestructuras que esos lugares tenían antes. Menos instituciones o espacios de este tipo podrán mantenerse abiertos. Servicios sofisticados a domicilio por medio de VR llegarán muy pronto”.

Es verdad, el análisis se circunscribe a las sociedades más avanzadas en términos tecnológicos. Sin embargo en Argentina, incluida Mendoza, estos cambios se han ido constatando. Vamos al repaso.
Hasta 2019, Mendoza era un destino ineludible en las agendas de las grandes producciones que llegaban al país. Nuestra provincia era un punto neurálgico de las giras latinoamericanas, debido a su conexión con Chile, y un lugar que ofrecía grandes estadios donde colocar una fecha más del cronograma nacional junto a Buenos Aires, Córdoba y Rosario. Pero la aparición de los shows multitudinarios por streaming, que baten récords de ventas de tickets de todo el mundo a la vez, puso en evidencia que ya no es necesario para los productores pensar en los millones de inversión que supone acarrear artistas, tercerizar equipos y escenarios, viajes y viáticos, para llegar a los fans. Los artistas se promocionan por las redes a velocidad supersónica y con un solo show montado en algún lugar estratégico, acceden a las audiencias globales.
Sí: la presencia es importante, pero en el caso de las producciones millonarias, el formato mixto ha llegado para quedarse. Y la concentración en la distribución de contenidos se extremó. ¿Volverá Mendoza a ser sede de shows de Ricky Martin o Ricardo Montaner? En este escenario, parece altamente improbable.
En 2019 la recaudación de las salas de cine mundiales batió un récord: 42.500 millones de dólares. Fue impulsado especialmente por las películas de animación y las basadas en personajes de cómics de las distintas franquicias de Disney.

Esta dinámica se replicó en el país y en Mendoza -que aportó sus abultadas cifras al total nacional-, respecto a la concentración en la distribución de contenidos: pocos filmes de promoción global (a diferencia de CABA donde la diversificación de títulos es notablemente mayor).
Pero con el cierre de los cines y la posterior reapertura, esta dinámica de ingresos por taquilla ha decaído a valores drásticos. Esto se debe, por un lado, al hecho de que hay que cumplir con los protocolos en las salas y que muchos espectadores no quieren volver a lugares cerrados y sin ventilación.
Pero por otro, y este es el factor más determinante, las plataformas han cooptado el mercado de estrenos, producción y oferta audiovisual. No solo el streaming acaparó las novedades, estrellas y grandes directores, sino que sus abonados prefieren el visionado desde las pantallas de sus casas en lugar de asistir (a costos elevados) a la sala cinematográfica.
Y esta cultura ha llegado para quedarse. Son evidencias las aplicaciones como Netflix Party, donde varios usuarios pueden ver -cada uno desde su hogar- el mismo contenido y al mismo tiempo, compartiendo la charla mientras miran el filme.
Con este panorama es probable que a futuro los megacomplejos cinematográficos tengan que reducir sus espacios habilitados para la exhibición (por la relación entre costos y beneficios de tener abiertos estas grandes salas a capacidad reducida).

Tampoco los teatros, luego de la pandemia, registran igual dinámica de consumo de entretenimiento; por los mismos motivos que se dan respecto al cine. Aunque también en este caso influye el cambio drástico de prácticas culturales que ha provocado el Covid.
En los casos de shows, espectáculos en vivo y artes escénicas se avizora un consumo reducido a pequeños grupos que comparten intereses estéticos e ideológicos (fragmentación fogoneada por la dinámica de las redes sociales), que creemos que devendrá en pequeños espacios, pocos espectadores y selección segmentada de estos contenidos artísticos.

Mendoza ya registraba antes de la llegada del virus una marcada tendencia al consumo mainstream de productos teatrales para las grandes salas: obras porteñas con nombre mediáticos copaban estos lugares a los artistas locales que casi no tienen público. Es por eso que no es de extrañar que los grandes teatros se destinen, de aquí en más y como viene sucediendo en los últimos dos años, a espectáculos cuyos protagonistas sean influencers en redes; mientras que el teatro en otras vertientes es probable que vaya a refugiarse a las salas independientes de no más de 60 espectadores.
Así las cosas desde nuestra práctica periodística en estos últimos dos años hemos podido corroborar que los pronósticos de The Economist se van cumpliendo como una profecía inexorable. Será entonces el desafío a asumir por parte de las políticas estatales, el de encontrar el modo de diagnosticar eficientemente estos cambios brutales en materia de consumo cultural, para volverse más asertivas e intervenir respecto a la preocupante concentración de contenidos que estrecha el margen de acceso a los bienes culturales en Mendoza.